Déjate preguntar
Por nuestra aula del Ciclo Formativo de Grado Superior de Integración Social, pasan a lo largo del curso, decenas de personas relacionadas con la profesión, para acercarnos a través de su experiencia, a la realidad de la exclusión social en Córdoba. Y, lógicamente, tenemos de todo, pues como os podréis imaginar hay gente con experiencias muy interesantes, pero que la cuentan para dormirse del aburrimiento, otras menos interesantes, pero que tienen esa capacidad (innata o aprendida) de conectar con nuestros/as chavales/as y conseguir un momento significativo importante.
Desde el máximo respeto y valorando la enorme aportación que casi siempre supone la visita de una persona experta (experta de experiencia de vida, en?) a nuestra aula, nos propusimos darle una vuelta de tuerca, para ir más allá, para “mirar desde otro lado” y, sobre todo, para cambiar el foco, es decir, para que el paso de una persona por nuestra casa, no suponga la incertidumbre de ¿quién será? ¿qué nos contará?. Y, lo más importante, ¿cómo nos lo contará?, sino, que el peso recayera en el grupo: ¿qué queremos que nos cuente esta persona que hoy viene a vernos? ¿qué necesitamos saber de ella?
Perdiendo el miedo a preguntar
Y haciéndonos estas preguntas, nos acordamos de esa actividad que realizaba Don Milani en su escuelita de Barbiana, a mediados del siglo pasado, cuando aprovechaba el paso por su escuela de un médico, un abogado, un funcionario del estado o un obrero militante, para coserlo a preguntas y convertir esa visita en un espacio de diálogo pedagógico, del que tanto nos ha hablado el maestro Paulo Freire, con la intención de acercar mundos, realidades y, sobre todo, que las clases populares pierdan ese miedo a preguntar a cualquier persona, en general, y a personas que ostentaban algún tipo de cargo o poder, en particular.
Son este tipo de actividades que nos reconcilia con la pregunta, pues los chavales/as dejan de temerla, como ese arma arrojadiza que usa el maestro para comprobar si has hecho las tareas o para ver si estás atento en clase; para convertirla en amiga y aliada, al servicio del conocimiento. Solo las buenas preguntas nos ayudarán a adentrarnos en la esencia de la persona que tenemos delante y ahora el reto no es «a ver quién sabe las respuestas de la maestra», sino «cómo podríamos formular las mejores preguntas a este tipo/a que acabamos de conocer».
¿Quién no ha salido en alguna ocasión de una consulta médica con dudas sobre el diagnóstico por miedo a preguntar al doctor? ¿Quién no ha sentido vergüenza de sus propias dudas en una clase? Preguntar como sinónimo de ignorancia o analfabetismo. A menudo este tipo de dudas las vinculamos a un sentimiento de inferioridad (educativa, cultural, económica… de clase), con respecto a nuestro interlocutor. Estas situaciones se dan íntimamente relacionadas con el poder que otorgamos a la persona a la que queremos preguntar o a quien tiene que resolver nuestra duda. Como nos enseñaría Milani, es la pregunta al alcalde del pueblo, al reputado abogado o al alto funcionario, la que nos hará experimentar una situación de igualdad que será, de por sí, transformadora. Practicar el tú a tú, sin perder nuestra conciencia de clase, para hablarle sin miedo al poder, y tutearlo. Y, después, twitearlo.
El déjate preguntar de Milani… 70 años después
El primer paso es pensar en una persona que creemos puede aportar algo, desde su experiencia personal o profesional, al crecimiento de los/as chavales/as. Alguien que pueda satisfacer alguna necesidad de conocer del grupo, que haya sido explicitada por el mismo grupo o que hayamos intuido a través de nuestro olfato docente. O simplemente alguien que creemos puede respondernos a cuestiones que ni el grupo ni el/la profe conoce.
En este curso pasado, hemos contado con Manuel Sánchez, un amigo muy especial que ha convivido muchos años con una adicción a las drogas y que ahora trabaja de jardinero por las mañanas y de integrador social por las tardes (casi ná). También con Paloma Puerto y Juan Manuel Sánchez Gordillo, maestra y alcalde, respectivamente, de Marinaleda, un pueblo sevillano de unos 3000 habitantes, conocido internacionalmente por su historia de lucha jornalera. Y, finalmente, con Aleyda Collazos, refugiada política, llegada a Córdoba desde Colombia, hace ya unos quince años.
Contactamos con esa persona, previo acuerdo con el grupo, obviamente, y le pedimos que grabe un videominuto para presentarla en clase. En este videominuto nos debía contar de manera muy breve quién es y qué relación tiene con el tema a tratar. En nuestro caso, nos contaban su experiencia con el consumo de drogas, con el proyecto de viviendas cooperativas en el pueblo de Marinaleda o con el conflicto armado en Colombia. Eso sí, debemos advertirles que vienen a ser preguntados, que nosotrxs sólo sabemos que le preguntarán sobre la temática referida y que cuando se acaben las preguntas, se acabará la actividad. Esto significa que no sabemos si la visita durará 5 o 50 minutos. Que quede claro: ¡no vienes a hablar de tu libro!
Una vez que proyectamos ese vídeominuto en clase, le pedimos al grupo que piense durante una semana qué quiere preguntarle a esa persona que nos visitará unos días después. Y, lógicamente, les damos unas pistas: mejor preguntas abiertas que cerradas, pues son las preguntas abiertas las que más contenidos nos reportan; buscamos conocer las razones últimas que están detrás de los hechos y no quedarnos en lo superficial; sería interesante adentrarnos en esas emociones sentidas y vividas por nuestros invitados, pero rechazamos el morbo, el cotilleo, la pregunta fácil que busca tan sólo lo sensiblero, pues eso nos aporta poco, se lo dejaremos a la telebasura. Y respeto, mostrar un absoluto respeto en las preguntas y en la escucha de las respuestas.
Para la primera vez, aconsejamos traer a una persona cercana al profesorado, para tener una actividad «más controlada» y también hacer un ensayo de preguntas con el grupo. A partir de esa primera vez, todo será más fluido. En nuestro caso, empezamos con Manuel, antiguo alumno nuestro.
Como os podréis imaginar nuestro papel como docentes en todo este proceso será el de buscar, invitar, enredar a personas que vengan a enriquecer a nuestro grupo-clase, desatar ese deseo por conocer entre nuestro alumnado y, por supuesto, callar el día de la actividad. Solo en caso de necesidad, ordenar el turno de palabra, y si no fuera estrictamente necesario, ni eso. Ah bueno, eso sí: disfrutar de ese momento mágico que se origina cuando nuestros/as chavales/as preguntan de tú a tú a una persona, desconocida hasta entonces, con la que tejen ese hilo invisible del deseo por conocer.
Elegida la temática, buscada a la persona, presentada con su videominuto y las cabezas pensantes creando las preguntas adecuadas… llega el día, entra la persona por la puerta y se desata en ese momento lo que Jaume Martínez Bonafé llama la «pedagogía del deseo», ese hilo invisible que une al niño que busca los brazos de su madre y le hace caminar, ese deseo por adentrarse en la historia y las historias de esa persona que está delante y que hace que ese momento sea mágico para hablar durante horas sobre lo que lleva a un ser humano a autodestruirse por la droga, a una familia a autoorganizarse por una vivienda digna o a tocar la angustia de una mujer que deja su país, su vida y su lucha atrás, para viajar miles de kilómetros hacia lo desconocido para proteger su vida y la de su propia familia.
Provocando momentos que emocionan y conectan
No me cabe duda de lo interesante que habría sido que estas tres personas nos hubieran visitado y contarnos lo que traen preparado de sus casas, pero si los educadores/as buscamos provocar momentos que emocionen y que conecte a nuestros/as chavales/as con otros mundos, otras historias, en definitiva, otras vidas, la actividad casi centenaria de Don Milani es una brillante manera de conseguir que esto ocurra.
Se trata de perder el miedo a preguntar, mientras aprehendemos a preguntar.
Javier Pérez Moreno
Profesor del Ciclo Formativo de Grado Superior en Integración Social y socio cooperativista de La Espiral Educativa SCA